El guardagujas carnavalizado

Juan José Arreola, uno de los escritores mexicanos más reconocidos del siglo XX, es el autor de este cuento singular sobre un hombre que quiere tomar el tren. En realidad, se trata de una metáfora en que el tren es la vida, y lo que el cuento trata de demostrar es que lo importante no es el destino, sino el viaje. El protagonista de la historia llega a la estación con la intención de viajar a T, pero mientras espera el tren, el guardagujas se acerca para platicar con él y advertirle. ¿Advertirle de qué?, podemos preguntar. ¿Qué clase de peligros podría haber en una estación de ferrocarril de una tranquila ciudad imaginaria? Los mismos que había en las estaciones de la patria del escritor, porque este cuento, como lo dice el propio Arreola, es una crítica al sistema ferroviario de México. Incluso más que eso, porque además de la infraestructura y el sistema, lo que el autor critica es a la misma sociedad mexicana.

Por ejemplo, opina que el mexicano es tan conformista que si se enfrenta a un problema en lugar de resolverlo, lo que hace es evadirlo o acoplarse a él: el protagonista no hace nada por mantener su destino original cuando el guardagujas intenta convencerlo de que cambie el lugar al que desea llegar, más bien acepta, sumiso, la situación en la que se encuentra y sin más aborda otro tren. Sin embargo, esto puede interpretarse también como una metáfora de que en la vida lo que importa no es a dónde llegues, sino cómo viajes hasta allá, de manera que el viajero que en principio quería llegar a T, cuando finalmente aborda el tren lo hace con destino a X, lo cual resulta doblemente significativo, en primer lugar porque cambió su destino y en segundo porque x es una variable, una incógnita, un misterio: la vida se trata de tomar riesgos.

Por otro lado, aunque el personaje central es el viajero, pareciera que quien tiene poder en el cuento es el guardagujas ya que es el que convence al otro de cambiar de destino. Pues bien, a mí me parece que en realidad lo único que hace es guiarlo para poder hacer lo que desde siempre deseó: arriesgarse a tomar un camino diferente. El momento de ruptura se presenta, pues, cuando el pasajero decide cambiar su destino, ya que desde siempre su objeto de deseo era ese precisamente, el riesgo que implicaba viajar a un lugar desconocido. Así, el guardagujas se presenta, más que como un obstáculo, como un ayudante del viajero que le facilita alcanzar su objetivo primario.

El final no es abrupto pero te deja con una pequeña inquietud: una vez el pasajero abordó el tren, el guardagujas desaparece entre la niebla, su linterna brillando en la noche aún sin el cuerpo que la sostenía. Una luz en las tinieblas que permanece todo el tiempo, quién sabe, quizá como símbolo de esperanza o, tal vez, a modo de advertencia.

Ana Ximena Gómez Gómez


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