En medio del Padre Nuestro entró el matador, y sin confesar su culpa le disparó. Eso no es nada común en un pueblito en el que París Hilton se pasea en su bochito afrancesado. Rara vez un cura muere; pero eso sí, por todos lados corren las balas.
Ayer mataron a mi hermano; supongo que hoy le toca a mi mamá y mañana a mí.
A mi padre se lo llevaron no sé a dónde, sólo prometieron que habrían ganancias y que nos lo cuidarían. La cuestión es que a mí el pollo no se me acababa de cocer, algo había detrás de todo ese asunto, pero jamás me atreví a indagar.
Hace tres semanas apareció en nuestra puerta una maleta que contenía su cabeza y una carta dirigida a nosotros. “Ya valieron madre” decía al final.
Desperté en medio del caos cotidiano y la cabeza me comenzó a doler. Unas huellas me invitaban a seguirlas, pero un perro me mordió la pierna. No sentí. Quise llorar, pero mi alma estaba seca.
No sé, en días como estos preferiría estar muerto.
Por David Torres Santiago